lunes, 4 de julio de 2011

Promesas incumplidas I (de Josefina Cebrián Rupérez)

Promesas incumplidas (a la atención del Director en su apartado cartas del lector La Vanguardia)

Hace algunas décadas, poco antes de recibir el mundo los últimos coletazos del siglo XX, aparecieron unas afirmaciones en un medio de comunicación cuyo nombre no recuerdo acerca de que en los umbrales del tercer milenio, los avances y logros médico-científicos serían tan espectaculares hasta el punto de poder asegurar que dentro de la sociedad del siglo XXI se habría superado por completo el reto de la enfermedad; y que enfermedades como el síndrome de inmunodeficincia adquirido, el cáncer y las dolencias conocidas como reumáticas, dejarían de ser una amenaza para el hombre y además habría respuesta para las infecciones en sus distintas variantes, así como también para los trastornos de tipo emocional, depresiones, angustias, baja autoestima, complejos, etc..; que los ciegos verían, los sordos oirían y el objetivo principal tras el descubrimiento del mapa genético humano sería en definitiva el de conseguir la inmortalidad.
Siempre he dicho, y en uno de mis libros, “Hilos y Filos”, aparece recogida la frase de que “los sueños que se materializan demuestran que no es vana la ilusión que los fabrica”. A pesar de ello, considero una alegre frivolidad el jugar con la sensibilidad de los enfermos, cuando no existe una garantía de alcanzar los fines prometidos. Aunque con un retraso más que considerable con respecto a las afirmaciones más que frívolas que al principio he apuntado, ciertamente con la aparición de las terapias basadas en la medicina genética y la aplicación de células madre para el tratamiento de las distintas enfermedades, apareció un rayo de esperanza para una buena parte de enfermos necesitados que confiaron y confían en estos métodos regeneradores y sujetos a la vez a leyes e impedimentos de corte legal o religioso que tal vez sea la causa que hace pensar en un retraso bastante desalentador.
Hoy que estamos pisando el tercer milenio de la andadura humana en nuestro planeta, lamento firmemente el destino de partidas presupuestarias en los diferentes países del mundo para fines bélicos y armamentísticos y la desidia y olvido para superar la enfermedad en beneficio de toda la humanidad.
Verdaderamente son lentos los avances, al menos bastante más de lo que parecían prometer, y si bien no hay que negar algunos resultados positivos en este campo de la genética que me ocupa, y circunscribiéndome concretamente a los problemas oculares, aparecen de vez en cuando noticias sensacionalistas que no toman cuerpo pero sí alimentan ilusiones que terminan dañando aquellas sensibilidades y esperanzas puestas en la oftalmología. Yo me pregunto: ¿por qué caminan tan despacio las soluciones para la retina y el nervio óptico, siendo que el resto de problemas oculares importantes, como el transplante de córnea o las cataratas, están ampliamente superados precisamente con terapias celulares o lentillas intraoculares?
Don Jacinto Bevanente en su obra “Los Intereses Creados” y gran adelantado en el tiempo, inspira voces que recojo, tales como que ¿qué sucedería con tantos laboratorios y su producción de farmacopea ocular?, ¿y con las consultas innumerables de oculistas?, ¿y con todos los ópticos? Creo que en modo alguno deberían ni deben de representar ningún obstáculo para la nobleza de los fines, cuya intención y buena fe quedan de manifiesto en uno de mis poemas de mi obra anteriormente mencionada que termina diciendo: “políticos de todo tiempo, científicos de vocación, sea el hombre para el hombre y dé de sí lo mejor”.
Constatando una sociedad vocacional y de amor para la ciudadanía y una apuesta por el hombre que camina hacia una era de nuevas energías y claros horizontes de hermandad y fraternidad, podemos comprobar que con su fe y la entrega de las gentes se han llegado a alcanzar casi todos los retos y propuestas y que el ocio y la distracción han pasado a ocupar la mayor parte del tiempo dentro de la sociedad humana.


La ONCE como institución mucho ha hecho por todos los invidentes y afiliados y no es nada sospechosa de falta de colaboración; por el contrario, tiene consolidado socialmente su juego y lo tendría sin la necesidad de ciegos. Por otra parte, dispone de una unidad asociada de estudio para la retinosis pigmentaria a la que invito desde mi humilde posición para que haga oir su voz con mayor profusión hasta llegar a los grandes responsables de la investigación, despertando su sensibilidad hacia la importancia del sentido de la visión y también hacia todos aquellos quienes destinan partidas presupuestarias o financian subvenciones para la ciencia y la investigación, que si difícil es ponerse en el lugar y sufrimiento de determinadas enfermedades, mucho más fácil es ponerse una venda en los ojos quienes gozan a plenitud del sentido de la vista durante 24 horas y ejercer las obligaciones diarias y personales del dia a dia para darse cuenta, en parte y no en su totalidad, de la gran importancia del sentido de la vista y fomentar algo más, si cabe, la feliz solución en la recta final resumida en los dos grandes problemas oculares concernientes a la recuperación del buen estado del nervio óptico y la retina. Difícil, dificilísimo, sin duda alguna, pero bastante más lo será si cabe, en el caso de no tomar una mayor y plena conciencia de la situación de tantos miles de personas a lo largo y ancho del mundo que padecen estos problemas para los que el tiempo de espera se les antoja excesivamente largo. Creo en la humildad de los grandes hombres de ciencia a los que visita la gracia de la iluminación y que cuanto más creen en su pequeñez y en la grandeza de Dios, mayor y mejor altura de resultados consiguen para la humanidad. Sirva el ejemplo de Albert Einstein que caminó hacia la luz con la gracia de que “vivo como un físico y muero como un místico”, frente a un punto se soberbia de don Anthony Hopkins, quien afirmó: “Dios no existe” y le digo, porque creo fírmamente en Él, que dé el gran golpe de luz y acierto definitivo para resolver los retos de la oftalmología y no por el nombre del hombre que será grande para la posteridad, sino por el bien y la necesidad urgente de quienes viven en la total oscuridad o entre luces y entre sombras.


Josefina Cebrián.


PD.: Agradezco respuesta en el mismo apartado por parte de una autoridad oftalomológica competente en la especialidad y por parte de la redacción agradezco aviso consiguiente sobre su publicación. Gracias.

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