jueves, 13 de mayo de 2010

Mi primer día de excursión.

Era domingo, abrí los ojos, un rabioso rayo de sol que se colaba por los cristales me obligó a cerrarlos de nuevo. Tras largo bostezo y un  estiramiento de patas, me espabilo por completo. La Mercedes, medio  dormida, se hacía la remolona. Mi hocico se encargó de darle el coñazo para que me abriera  la puerta de la calle. Me lancé escaleras abajo con la apremiante necesidad de  buscar  el hueco del árbol más cercano que  me permitiera vaciar la vejiga que, dicho sea de paso, estaba a punto de explotar. Correa y arnés en mano, mi otra mitad -digo mitad  porque  no podemos vivir la una sin la otra-, esperaba para trincarme  con la correa y subirme al coche.

Mi rabo era un ventilador  en el momento que vi arremolinados un buen número de mis colegas alrededor del autocar que nos iba a llevar. Me sentía optimista, me relamía pensando que  era un buen día para poderme  desmelenar pero, según mi jefa, lo íbamos a pasar en grande puesto  que se nos presentaba  una ocasión para hacer  ejercicio ya que las dos  llevamos una vida  bastante perra. Bueno, digan lo que digan   a mí, eso  de tanto  deporte me toca las narices, vamos que no me va. Un mío dice que practicar deporte es muy sano y es muy guays..

Dieron la orden que podíamos subir al autocar. Atropelladamente quisimos entrar todos al mismo tiempo, de modo que el atasco que se formó fue de los que hacen historia. Al principio  del pasillo del autocar nos encontrábamos las cuatro primeras unidades, sin parar  de parlotear los copilotos, que no se enteraban de nada y entre lametones nosotros,  empeñándonos en pasar todos al mismo tiempo. La cuestión fue como sigue,  así que fuimos a la competición: el  último  que quiere ganar  la  primera posición, el primero  sorprendido mira mosqueado incapaz de reacionar, el oportunista     de turno que siempre se halla en el lugar indicado y aprovecha el desconcierto  generar para colarse y ponerse el  primero. El espabilao intenta acortar camino y en un impulso apoya  las patas delanteras encima del asiento, que no es el asiento sino la falda del copiloto que tras  muchas  escaramuzas había conseguido sentarse. Tímido, el  más jovencito  valora  la situación, ingenuamente cree que puede salvar el atasco   agachándose  todo lo  que puede intenta levantar  la  cabeza colándola peligrosamente  por un entrelazado de correas y un  poco más ¡y de qué le va!, entonces estalla  el griterío e infinitos  zumbidos en los oídos,  asustados los  perros, comenzamos a ladrar, los ciegos vociferando y  dando órdenes  sin cesar:

-     ¡quieto aún,  sí, no, joder,  quieto!

Añadido a los movimientos de rabos y los refregones de los mojados hocicos, fueron      unos minutos de verdadero nerviosismo. Después de la  algarabía, circunspectos y agotados, por fin logramos  sentarnos  enmudecidos  unos  al lado de los otros. Milagro, el viaje transcurre en total silencio, bueno,  por nuestra parte, porque los copilotos no se callan ni bajo agua. Llegamos a la residencia  canina donde ese día  íbamos a pernoctar,  ubicada en un soberbio entorno natural de penetrantes aromas, aires sanos y ligeros.  Nada más  bajar  del autocar,  nos dan correa larga por si queremos hacer el uno o el dos, ante de comenzar  la marcha. No me resisto a introducir  el morro entre  las aromáticas matas de tomillo que salpican el camino, con tal mal rollo que lo saco   rebozado   de puyas  de  caldo borriquero. Se da el caso que el guía más  joven suele coincidir con el copiloto más gordito y el más viejo  y viceversa aunque a mí no me lo han dicho porque  hay costumbre de no contarle nada a los perros, pero si mi telepatía    no me falla, aparte de ser un fantástico perro guía,  esto no lo digan a nadie, creo que soy perro probeta, y digo esto porque no tenía  memoria  de lo fabuloso y guapísimo  que era  correr y  pasear por la montaña. Como digo, yo era  uno de los más jóvenes del grupo y la primera vez que venía a pasar el día con mis colegas. Una vez organizados, guía y pilotos, comenzamos a ascender en dirección a la residencia canina y de nuevo surge la rivalidad  en el grupo, los más jóvenes tratábamos de afianzar la primera posición, nos empleamos  a fondo en una frenética y ascendente carrera, a toda pastilla veo en primer lugar  a Peter, novato como yo y a su copiloto con la lengua fuera, yo que no lo puedo sufrir,  atajo por delante de él, plantándome el primero, en una carrera   hacía ninguna parte puesto que no sabía la dirección correcta, frustrado otro, se desentiende del grupo y se entretiene olfateando el trasero de una perrita dominguera y  más pija que  un calcetín, que paseaba tranquilamente agarrada de la correa de su dueña que no lo era  menos. Un cabezota se relame pensando que puede  participar del festín,  sin pensarlo se lanza a probar suerte con el trasero de la susodicha perrita, asustada la perrita y su  dueña, risco arriba,  emprenden una frenética carrera saltando de piedra en piedra,  nosotros los perros guías, alucinados, sorprendidos y ávidos por participar en la aventura que se nos acababa de presentar, sin pensar que íbamos en  grupo ni en las facultades físicas de nuestros copilotos. Además para pensar ya están ellos, porque no querría saber como acabó la excursioncita, haciendo oídos sordos a los gritos de los copilotos, intrépidos nos vamos todos en persecución de la pareja de domingueras. Fue como si una fastidiosa mosca  nos zumbara  el cerebro porque echamos  a correr, atravesamos unos matorrales, de repente el inesperado terror nos paralizó obligándonos  a que  parásemos en seco con toda nuestras  fuerzas y toda la adrenalina que en ese momento la teníamos por las nubes, rabo y uña clavamos como garfíos en la tierra,   cuando  ante  nuestros espantados ojos  se abría un impresionante  precipicio. Atónitos  todos nos miramos pareciéndonos eterno el tiempo hasta que escuchamos, ¡milagro!, estampido de silbatos por todo el bosque, monitores y voluntarios  salieron de debajo  de las piedras en la operación rescate.
Pasados los críticos momentos, el resto del día transcurrió con absoluta normalidad, digan lo que digan  mis colegas para evitar sobresaltos es mejor la rutina. Bueno espero que la próxima excursión sea pronto.

Firmado:Raile, perro guía de Rochester.